Disfrutando de su nieta (mi hermana) a poco de su nacimiento y antes de pedirle una lloradita. |
A pesar de la cantidad de
palabras que tiene este bello idioma que utilizamos para comunicarnos, ¿cómo te
digo que te he de extrañar?
Abuelo, abuelito, Telmo, viejo…
en fin, tantas formas de llamarte con la palabra que ahora no sirven, solo los
recuerdos, enseñanzas y una que otra anécdota, a más que mis pensamientos serán
lo que puedan expresarte cuánta falta haces.
Y parece raro que no estés, aún
podría decir que se mantiene tu presencia viva, y cómo no, si todos te pensamos
y te tenemos en nuestros corazones abuelito.
No quiero recordar todos esos
episodios de tus últimas semanas junto a nosotros, cuando como un niño
necesitabas de la atención oportuna de quienes estaban a tu lado, mejor
recuerdo en esta entrada tu fortaleza y temple ante las situaciones que se
presentaban.
Prefiero recordar el día en que
luego de jugar me invitaste a comer, por cierto eras un amante del fútbol, cosa
de la que ya hablaré. En aquella ocasión en particular, si no recuerdo mal
tenía unos trece años, jugaba en la selección de Santo Domingo y salía de ganar
a la selección de Pedernales en un juego amistoso en el estadio Obando Pacheco,
fuimos hasta un sitio de venta mariscos y yo pedí una bandera con un vaso de
jugo, lo terminé y me ofreciste otro, dije sí, volví a terminarlo y me
ofreciste otro, volví a decir sí, dijiste que era broma, hoy te puedo contar
que en verdad me quedé con un poquito de hambre.
Al llegar a casa le comentaste a
mi madre que eras capaz de no volverme a invitar a comer, ya que como dijiste “SOY
CAPAZ DE MANTENERLO DE ROPA, PERO DE COMIDA ME DEJA EN LA RUINA”, seguramente
te olvidaste de eso porque nunca dejaste pasar una oportunidad para brindarme
comida, pero ya no me repetía más.
Una imagen que llevo siempre
conmigo es verte llegar a casa con un costal en el hombro cargado de cosas o
regalos, fue la imagen más simpática que he tenido de Papa Noel, ya que de esa
bolsa salió mi “bugui bugui”, un carrito trepador de paredes y que aguantaba
toda cantidad de golpes y choques a los cuales lo haya podido someter. Gracias
viejo.
Y así podría tener muchas más
historias que contar pero seguro se haría una entrada demasiado extensa, así
que mejor me las guardo y sonrío mientras escribo y pienso como acortar un
texto que de por sí es enorme, ya que habla de ti.
Fuiste un luchador de siempre, un
ser que dejó de lado muchas cosas por tratar de cumplir con su familia, con su
pueblo con sus hermanos y con cada persona que buscaba tu ayuda.
No estaría bien que me olvide de
mencionar tu trabajo tesonero para lograr la parroquialización de tu Luz de
América del alma, de tu “veintipucho” como la llamabas con cariño, de tu aporte
en la creación de escuela, colegio, estadio, coliseo y alguna otra cosa que se
me escapa ahora.
Que orgullo el mío decir que
Telmo Rubio es mi abuelo. Te inventaste hasta la Liga Parroquial de Fútbol con
tal de que tu Juventud Independiente, donde alguna vez jugué por ti, no dejara
de participar en las competiciones deportivas de Santo Domingo, y no te
equivocaste.
Abuelito desde esta vida te
escribo para que entiendas lo importante que fuiste para todos, para que sepas
lo importante que fuiste para mí, para que recuerdes lo importante que fuiste
siempre.
Te voy a extrañar… hasta que nos
volvamos a ver.
Hasta pronto viejo. Te quiero.